Cuando Gustave Coubet se retrató en los últimos años de su vida
como una trucha mordiendo el cebo
-aguas frías, piedras, lodo-
quizá estuviera retratando su memoria, las esferas doradas de sus límites.
Atrás quedaba Ornans como objetivo de la tierra bienintencionada,
el barniz que los amantes lucieron en sus cuerpos,
los nombres olvidados. Un barullo de sombras y de luces ser no siendo.
Ese es el cebo que enfría las escamas, el hierro dúctil de la devastación.
¿Es cuerpo la memoria,
o la memoria es sólo ese nido de grullas
que habita entre nosotros?
Poema de Aldo Sanz para la confección del tercer número de la Revista FAKE